El otro día viendo una Masterclass de Salman Rushdie, este decía que todo escritor lo es porque tiene algo dentro que necesita expresar. Nos daba, desde sus más de treinta y cinco años de experiencia en el oficio, algunas advertencias al efecto: «La mala noticia es que es dificilísimo conseguir escribir algo que merezca la pena, que es casi peor lograr que te publiquen y que es muy arduo el camino que uno debe recorrer sin redes ni garantías… La buena noticia, sin embargo, es que cuando consigues un buen texto es algo increíble, incomparable y que repara con creces lo anterior».
En fin, dedico parte de mi tiempo libre a escuchar a autores de muy diverso tipo, edad, procedencia y condición porque me gusta, por un lado, leer sus obras con una visión sobre quién se esconde tras las páginas; y por otro, ahondar en su trayectoria y sus vivencias, como si fueran un personaje más de la novela que crearon. Es curioso que a algunos escritores los oí hablar primero y eso me llevo a sus libros y, a otros, fueron sus obras los que me llevaron a estudiarles también a ellos.
No os descubro nada, casi seguro, si os digo que suelen todos hablar de lo mismo: de todas las veces que les rechazaron las editoriales, de lo difíciles que fueron los comienzos y de la perseverancia que les exigió su vocación. Algunos mencionan también la soledad en la que uno escribe. No recuerdo quién dijo que uno vive muchas vidas y es muchos seres cuando crea. Hablaba de las voces y el acompañamiento de los personajes durante el proceso creativo pero como todo se produce desde un marcado aislamiento y soledad, lo cual resulta una paradoja de lo más interesante sobre la que hablaré otro día. Simplemente coincido en que, a veces, yo también sigo escuchando en mi conciencia los ecos de algunos personajes a los que amé mucho y que aún viven en mí. Y el sonido de esas voces adormiladas nadie más que uno puede escucharlo. Es pues verdaderamente soledad acompañada la que vive el que cuenta historias.
Esas grandes plumas y voces narrativas nos cuentan su experiencia desde la calma que da haber cruzado al otro lado, al de los escritores consagrados. Desde ese Everest coronado nos invitan a no desfallecer en el empeño, a soñar con que, tal vez algún día, seremos nosotros los que mentoricemos a otros. La vida caprichosa siempre entra en bucle. Me gusta la serenidad que aporta la experiencia del que ha vivido en contraste con el apasionamiento de la juventud. Pero ¿cómo no desfallecer en el camino? A veces uno se siente como el alumno repelente que levanta la mano en clase, ansioso de alzar su voz y, al que, empachado por tanto ímpetu, el maestro ignora deliberadamente. ¡Cuánta impaciencia y cuánta humildad a golpe de rechazo ha de tragar el escritor vanidoso! Como dijo Darwin, solo los mejor dotados sobreviven: los más talentosos o los más tenaces. ¿Quién sabe?
Volviendo a las cuestiones esenciales que dan título a este escrito, Rushdie nos anima a hacernos seis preguntas antes de empezar una historia:
Me gusta reflexionar sobre esas preguntas esenciales, no solo en mis relatos, sino también en muchas historias que voy leyendo. La última que he terminado, ayer por ser exactos, es la de Clarice Lispector de Aprendizaje o el libro de los placeres. Uno lee un libro así y tiene que pensar en Clarice y en sus motivaciones al abordar esta narración. Creo que, desde inicio, ella ya nos habla de algunas de las cuestiones esenciales de modo sutil e indirecto, a través de lo que dice y sobre todo de lo que no: «Este libro requirió una libertad tan grande que tuve miedo de darla. Está por encima de mí. Intenté escribirlo humildemente. Yo soy más fuerte que yo».
Ay, Clarice, tus historias y tu mirada, tu universo y tu manera de contar (la del no estilo, suelen decirte). Son seis cuestiones esenciales sobre las que me quedé pensando tras escuchar a Salman y cerrar al poco tiempo la última página de tu libro. No tengo muchas de las respuestas, pero si una interesante reflexión. En esta mañana de sábado me pregunto si yo también soy más fuerte que yo… Tal vez esa sería la séptima cuestión esencial. Al fin y al cabo, si como dijo Darwin solo los más preparados sobreviven, uno debe aspirar a ser más fuerte que uno mismo para poder lograrlo.
El tiempo, en este caso, es quien nos dará la respuesta.